CAPÍTULO
1
PELIGRO
A
pocas horas de partir, estalló una tempestad espantosa, verdaderos torrentes de
agua hinchaban las olas. El barco pesquero fue empujado por el viento hasta
altamar.
–¡Pedro!
¿Qué es eso? ¿Estoy viendo bien?
–¡Sí, Julián, es una mujer! Por Dios… ¿Qué hace en el
mar?
–¡Traigan
un salvavidas! ¡Rápido! –gritó Pedro con desesperación.
–¡Aguanta
un poco más! ¡Ya te sacaremos!
En
cuanto llegaron los hombres corriendo para ver qué sucedía, con el salvavidas
en la mano, Pedro se lo arrojó a la pobre pero inmutable mujer, que permanecía
flotando en el medio de la tormenta, sin esfuerzo alguno, y con la soga que lo
sujetaba la atrajo hasta el barco para ayudarla a subir.
–¿Estás
bien? –se preocupó Pedro.
Al
notar que la mujer con el semblante relajado permanecía muda, sin presentar
signo de estrés alguno, solicitó a sus compañeros una frazada y se la colocó
sobre sus hombros para que se secara.
La
misteriosa mujer estaba apenas vestida. Su
cabello mojado era tan largo que le cubría parte de su cuerpo y la cara.
–¿Cómo
fue que…?
–¡Pedro, allá hay dos más! –interrumpió Julián mientras
señalaba hacia el otro costado del barco–. ¡Más salvavidas!
Apenas
terminó de decir la frase, las dos mujeres que señalaba
Julián, con una velocidad increíble y difícil de explicar, ya estaban
arriba del barco.
Una
más bella que la otra, pero todas tenían algo en común, vestían poca ropa y su piel
grisácea tirando a azulada comenzaba a cambiar de color. A medida que se
acercaban a los hombres, su piel se tornaba casi blanca,
traslúcida.
Los
hombres se miraron con un gesto degpánico mientras retrocedían tropezando entre
ellos, hasta que un fuerte dolor de cabeza se apoderó de sus mentes y su
cuerpo.
***
Al día siguiente…
Minuto Uno Noticias informa:
Un barco pesquero que había partido de Puerto Madryn, Argentina, a las 18 horas
de ayer, fue encontrado sin tripulantes dos horas después por la marina
australiana. Hasta ahora nadie se explica cómo pudo recorrer tantas millas en
tan poco tiempo. Se está investigando qué fue lo que sucedió. Los nombres de
los desaparecidos son: Pedro González, Lautaro Giménez, Rodrigo Díaz y Julián
Moreno. Vamos a estar informando a medida que se avance con la investigación,
solicitamos que si algún familiar sabe algo…
–¡Sebastián! ¿Puedes bajar el televisor, que estoy
hablando por teléfono?... Disculpa, ¿cómo me
decías?... ¿Y luego de las palabras mágicas, que sucedió?... ¿Se abrió la puerta sola?...
¿Y pudiste ver algo?... Ah, era tu perro… Bueno, hay que seguir intentando.
Mañana voy a invocarlas en el jardín para ver si aparecen, les gustaban las
flores y la naturaleza… Y la miel, la jabalina y las fiestas… Bueno amiga, veo
que entiendes mi desesperación por volver allí. Extraño a Fairiel como a nada en
el mundo, culpa de ese estúpido cuélebre ahora estoy acá, sin saber qué hacer
de mi vida... Disculpa que a veces me pongo algo intensa con este tema. Mañana
hablamos. ¡Gracias por ayudarme!
–Miranda,
¿ya terminaste de hablar con tu amiga rara?
–Sebastián,
deja de llamarla así. ¡No es rara! Solo me está
ayudando. Es la única que me entiende. Sigue jugando con tus videojuegos.
–No
estaba jugando… pero ahora que lo dices…
Desde
que el horroroso cuélebre había secuestrado a Miranda y la había hecho volver a
la Tierra, atravesando el portal dimensional que se encontraba en su cueva, ella
se había obsesionado con buscar la forma de volver al Reino de Fairiel. Creía
que todos los niños que había conocido continuaban allá. A pesar de los años transcurridos desde su último día en el mundo de las
hadas, ella no olvidaba lo feliz que había sido y lo mucho que deseaba volver
el tiempo atrás.
A sus veintitrés años,
Miranda tenía una vida algo vacía. Era la rara del barrio, todos creían que
estaba loca o que sufría de esquizofrenia por andar contando que había pasado
años viviendo en el mundo de las hadas y que quería volver, motivo por el cual
había sufrido bastante bullying. Excepto por su única nueva amiga,
Camila, que a pesar de no creer del todo lo que Miranda decía, la ayudaba a
buscar información en internet y en bibliotecas sobre
cómo invocar a las hadas. Miranda tenía un pequeño altar en su habitación,
donde siempre les dejaba miel y repetía algunas palabras para que Tania, Paz o
algún otro ser de Fairiel apareciera y al fin se la llevara.
Su
madre compartía poco con ella, ya que trabajaba mucho y debía dedicarle más
tiempo a Sebastián, que tenía apenas nueve años.
Marcos, su otro hermano de dieciocho, a veces dormía en casa y otras veces
permanecía durante días en lo de algún amigo, a veces ni siquiera sabía qué hacía
de su vida. La comunicación no era un gran tema en
su familia, sus tres hermanos mayores: Rodrigo, Mateo y Cristian, luego del sorpresivo pero inminente divorcio, decidieron quedarse a vivir con su padre en el campo, mientras que
Miranda apenas hacía unos meses se había mudado
con su madre y sus dos hermanos más pequeños a Mar del Plata. Una ciudad
costera que en temporada alta colapsaba de turistas y surgían muchas actividades divertidas
para hacer y gente nueva por conocer.
Cuando
Sebastián se sentó frente al televisor, Miranda se dirigió directamente hacia
la computadora, ingresó a Google y escribió: “¿Cómo invocar a las hadas?”, automáticamente
aparecieron muchas opciones de enlaces e hizo clic en la segunda.
Vamos a
convocar hadas y Elementales de la naturaleza… ¿Te animas? Necesitamos un
hornillo con una fragancia de flores, la misma puede ser jazmín, gardenia,
rosas, loto… Un mantel blanco, un ramo de flores naturales en un florero con agua,
un pequeño recipiente con miel, otro con leche y una manzana cortada en cuatro
partes colocada sobre un platito, una vela blanca encendida y si quieres puedes colocar música celta suave…
“Después de todo ese despliegue, espero que no
me vea nadie, porque ahí sí que me envían a un manicomio”, pensó Miranda,
pasando su mano nerviosa por la frente, mientras leía el artículo.
Cada oración se repite tres veces. Luego debes
agradecer y despedir a las hadas e invitarlas a regresar. Si por ejemplo tienes
que enfrentar alguna situación difícil y te falta seguridad, invócalas. Si estás solo o sola en casa y tienes miedo, invócalas, si
tus niños están enfermos, invócalas. Si notas tristeza en tu hogar, o hay
peleas, ellas traerán alegría y bienestar. Pero luego no olvides despedirlas.
Miranda copió en una hoja la larga frase de invocación que salía después de
dicha explicación, para repetirla en voz alta,
en algún incierto momento, cuando se encuentre sola en casa.
–¡Ahí
llegó mamá! –gritó Sebastián luego de escuchar el sonido de activación de la
alarma del auto.
Miranda
cerró la página, borró el historial de internet para
no dejar rastro alguno de que seguía, aún, algo obsesionada con el tema y apagó
la computadora. Ya estaba cansada de que hasta su propia madre a veces la
tildara de loca, al igual que la gente de afuera y sus ex compañeros del
colegio. A parte, eso daba pie para que su madre comenzara con los sermones de que por
qué no ocupaba mejor su mente estudiando una carrera o buscando trabajo en
algún lado. Siempre le repetía que debía encaminar su vida hacia alguna
dirección y que no iba a vivir para siempre en casa con su madre, que ya estaba
en edad de conocer a alguien y… bla, bla, bla.
Justo
se escuchó el ruido de las llaves en la puerta y
entró Lorena, su madre.
–¡Hola!
¿Qué hacen mis pequeños? –expresó mientras le daba un beso en la frente a
Sebastián–. ¡Tenemos vecino nuevo, Miranda! –esbozó acompañando con una guiñada
sutil y cómplice, mientras se acercaba a ella para saludarla.
–¿Ah, sí? No he visto nada… –contestó Miranda, mientras se
acercaba como quien no quiere la cosa, para espiar a través de la cortina.
–Lindo
chico… –agregó su madre y subió las escaleras dirigiéndose a su habitación para
ponerse cómoda.
“Muuuy
lindo chico”, pensó Miranda mientras lo observaba pintar el frente de su nueva
casa.
Era
alto y musculoso, tenía algunos tatuajes: un ancla en el brazo, entre otros que
no se distinguían a la distancia y unas líneas sin sentido en los costados de
su cuello, como si de sutiles cicatrices se tratara. Tenía porte de nadador. Su
espalda era enorme y su corto y lacio pelo tenía
algunas mechas azules. Miranda corrió un poco la cortina para no perderse ningún detalle, pero el apuesto joven dirigió su
mirada hacia ella y la saludó asintiendo con la cabeza y levantándole la mano.
“Papeloneraaa. ¡Te descubrió!”, se regañó a sí misma mientras levantaba la mano
para responder el saludo con una sonrisa forzada. Inmediatamente corrió las cortinas
de forma exagerada para simular que no tenía ni media intensión de espiarlo, solo tenía que abrir las cortinas como sí nada y
retirarse inmediatamente de esa ventana delatadora. “Listo, ya quedé como una
estúpida”, se convenció mientras volteaba para ir hacia su habitación.
Esa
noche, Miranda tuvo un sueño extraño. Una gran
tormenta hacía crecer la marea de forma abrupta arrasando con la ciudad costera
donde ella vivía. Olas enormes se llevaban autos, casas y personas. Una
pesadilla fuera de control. Un grupo de gente salía del mar, caminando como si
nada sucediera, de entre medio de las violentas olas, hacia la ciudad. Gente
extraña y muy intimidante, parecía como si se tratara de zombis. Exactamente
como en las películas de terror.
Miranda
se despertó sobresaltada y con el pulso acelerado. Tomó agua del vaso que tenía
en su mesa de luz y se arrimó a su ventana, desde un rincón
se alcanzaba a ver una parte del mar. Todo parecía tranquilo. Las olas se veían
moderadas y oscuras. La luna proyectaba su reflejo sobre el agua. Por ahí creía
ver algún movimiento fuera de lo normal, pero cuando observaba mejor, no había
nada. “Solo fue un sueño, ya está, ya pasó”, se repetía intentando
tranquilizarse a sí misma. “Todo está normal”.
Se
sentó en su cama, observó el pequeño altar de las hadas, como de costumbre, y
se recostó nuevamente. Al cabo de unos minutos se hundió en un profundo sueño.
Al
día siguiente, Miranda se despertó con la voz de su madre regañando a Sebastián
desde el piso de abajo, algo que se había vuelto rutinario últimamente. Bajó y
se preparó el desayuno, mientras Lorena ayudaba a su hermano con una tarea que
no había hecho para ese día.
–Hija,
hoy hay reunión de padres en el colegio, así que lo más probable es que no
vengamos a almorzar. Hay una pata-muslo para descongelar, podrías comer eso.
–Bueno,
ma, igualmente yo más tarde tengo una
entrevista de trabajo, tal vez lleguemos al mismo tiempo, para almorzar juntas.
–¿Una
entrevista? ¡Qué bien! ¿Para qué trabajo es?
–Cami habló
en el restaurante de su tía para que me tomaran allí como moza. Y me citó para
entrevistarme hoy día.
–¡Me
alegro mucho, hija! ¡Te va a ir muy bien, ya verás! –contestó su madre con una
exagerada efusividad–. ¿A qué hora es?
–A las 13.
–¡Ay!
Qué bien nos vendría otro ingreso. ¡Ojalá te
contraten! Por favor no vayas a mencionar lo de las hadas, hijita, te lo pido
por favor. Trata de actuar normal en la entrevista –expresó Lorena, mientras
ayudaba a Sebastián a guardar los útiles en la mochila–. Vamos, que se ha hecho
tarde, Seba.
Toma tus cosas.
–Chau, hija –besó a
Miranda en la frente, quien esbozó un profundo
suspiro de impaciencia para contenerse de no contestar ante el ridículo consejo
de su madre–. Saluda a tu hermana –le ordenó a Sebastián.
–Chau,
mentirosa.
Miranda
le lanzó una mirada fulminante a Sebastián, quien
automáticamente agregó:
–Mentira,
hermanita linda… ¡Mucha suerte con tu entrevista!
Una
vez que la casa quedó sola para ella, Miranda suspiró en voz alta. “Es ahora o
nunca”. Subió hasta su habitación, buscó un hornillo para colocar esencias que una vez había comprado en una santería para
perfumar su habitación; buscó la esencia de rosas, tomó el recipiente con miel
que dejaba en el altar de las hadas y bajó a la cocina en busca de leche y una
manzana. “Me falta el mantel blanco, el florero y la vela… Creo que tenemos uno
blanco, por acá… bueno éste es blanco con
algunos garabatos, pero blanco al fin”. Tomó el
florero y una vela alargada también blanca, la típica que se utilizaba cuando
se cortaba la luz antes de que existieran las famosas y salvadoras luces de
emergencia.
Una
vez que juntó todo, se dirigió al jardín que apenas separado con el del nuevo vecino
por un ligustro que cercaba la propiedad. Un ligustro que,
a pesar de ser bastante robusto y verde, por entre
sus hojas se veía el
jardín vecino. Y, por lo que se alcanzaba a vislumbrar, no había nadie.
Miranda
extendió el mantel blanco en el césped, bajo los tenues rayos del sol matutino
y colocó la vela, el florero con unas margaritas que cortó de su jardín; colocó
un pequeño recipiente con miel, otro con leche y la manzana en cuatro partes
sobre un platito. Encendió la vela y extendió el papel donde tenía las palabras
de invocación anotadas. Respiró tres veces hondo y leyó
en voz alta:
Criaturas de luz, criaturas
de amor y alegría, venid a mí, debéis dejar atrás vuestra timidez, conmigo
estáis seguras, amor y juegos os daré. Hadas mágicas y luminosas, traed vuestra
alegría, vuestro amor, paz y juegos de antaño. Traedme vitalidad, llenad de
alegría mi vida y mi hogar. Dejad sentir vuestro amoroso cuidado, que la
satisfacción sea nuestra norma, acompañadme siempre, llevando así luz por donde
vaya. Cuidad de peligros mi hogar, mi gente y mi vida. Hadas luminosas, venid a
mí. Por el poder que se me ha concedido yo os invoco. Estas ofrendas son para
vosotras, podéis tomarlas. Podéis jugar libremente en mi presencia.
Cuando
terminó, se quedó en silencio, esperando que algo sucediera, comenzó a sentir
una suave y fresca brisa acariciar sus mejillas, le parecía oír susurros…
estaba perceptiva.
–Chicas,
sé que pueden escucharme, las siento, sé que están acá… ¡Pero necesito verlas!
No se escondan, ¡soy yo, Miranda!
Hasta que de pronto algo totalmente inesperado
sucedió.
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